Los recientes acontecimientos, lease manifestaciones de jubilados y la forzada dimisión de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, mueven a la reflexión ya que en tanto nos tocan el bolsillo de manera individual en forma de bajas pensiones, todavía nos queda un atisbo de capacidad crítica y somos capaces de movilizarnos, en tanto que habiéndose producido en los últimos años cientos de flagrantes casos de corrupción por parte de los políticos en el poder, estos nos han provocado la misma sensación que una lluvia mansa en un día de invierno. Pienso que las razones de tal proceder son varias, entre las que cabe destacar que por un lado que todo lo público nos es ajeno ya que no tenemos la sensación de que el patrimonio del Estado nos pertenece, que es del conjunto de ciudadanos, y así en definitiva pensamos que no es de nadie y si existen avispados políticos que se hacen con el, pues bueno, habilidosos que son ellos. Esta idea viene además apuntalada por que en el fondo somos, en su conjunto, un país de pícaros. Lo antedicho no es sino consecuencia de que nos falta cultura y poso democrático, un poco por vocación y otro por condicionantes externos. Acerca de este último punto un escritor checo, Ivan Klima, decía que "un país - refiriéndose al suyo - bajo una dictadura de 40 años experimenta una pérdida colectiva de honestidad". Extrapolando esa idea a nuestro caso habría que añadirle, al coincidente número de años del franquismo, los 43 que llevamos viviendo una democracia de vía estrecha, heredada, parida con forceps, con protagonistas incluidos de ese negro periodo. Con todos esos mimbres, lamentablemente no de extrañar el adormecimiento, el pasotismo, la falta de reacción ante tanta indignidad e ineficacia en la clase política como la que estamos viendo y sufriendo cada día, sin que por otra parte - y esto es lo más grave - exista signo alguno de que la situación presente mejore.
