Tras el fiasco de Fagor Electrodomésticos surgen los analistas del sistema cooperativo cantando un réquiem por el mismo. Tal postura me lleva a pensar que podrían también proclamar a Mozart como a un músico de segunda fila por el hecho de que la orquesta que interpretó un determinado concierto del mismo, chirrió como una caja vacía de betún arrastrada por el suelo, no reparando en que el responsable no eran los intérpretes y el compositor sino el director de la orquesta. Eso es lo que pienso que ha ocurrido en este tema, en que han sido los responsables de los órganos de gestión de la cooperativa los que no han estado a la altura de las circunstancias. El devenir del asunto ha revelado que además de tomar decisiones de calado que han resultado letales, a la hora de cambiar el rumbo de la empresa se han demorado de manera inconcebible. Y todo ello, por si fuera poco, en un marco general de la economía hostil hasta decir basta. No parece por otra parte que los que anuncian la muerte del sistema reparan en que hay un montón de cooperativas punteras que funcionan de manera ejemplar.
En definitiva, este sistema es infinitamente más equitativo en el reparto de la riqueza generada por las empresas, que el tradicional imperante, de modo que mientras aliente ese espíritu de justicia en el reparto, el cooperativismo seguirá vivo y las cooperativas seguirán siendo un sistema eficaz en la medida en que lo sean también sus órganos de dirección.
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