Erdogan, ese dictador turco que acabará produciéndonos dolores de cabeza, amenaza, tras poner en marcha una operación de limpieza por todo lo alto tras el fallido golpe de Estado, con implantar en Turquía la pena de muerte, a lo que el Sr. Juncker, haciendo gala del recto proceder que caracteriza a nuestro viejo continente, poniendo a la vez de manifiesto que padece una preocupante e interesada amnesia, declara sin rubor alguno que "la negociación con Turquía se acabara si reinstaura la pena de muerte".
Amnesia que viene reflejada porque el susodicho Juncker se le ha olvidado que en EEUU, paladín de la democracia, guardiana del mundo libre y fiel aliado de Europa, tenga condenados a 3.000 menores de edad a cadena perpetua y que de esos 3.000, casi un centenar son niños que no han cumplido 14 años, sin olvidar que la silla eléctrica y las inyecciones letales continúan su inflexible marcha. Sigue olvidando el bueno de Juncker que en otro amigo del alma europeo, Arabia Saudita, el sable corta cabezas sigue funcionando sin visos de que cese en su empeño.
Esta actitud del representante europeo ¿es o no es muestra de una desvergüenza inusual incluso en un político?.
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