En 1.995 se celebró en Berlín la primera de las Conferencias de las
Naciones Unidas sobre el Cambio Climático como consecuencia de que por
aquel entonces ya se entendía que la cosa pintaba mal. Dos años después
se establece en el llamado Protocolo de Kioto la necesidad de obligarse legalmente
entre los países a vincularse legalmente con objeto de reducir las
emisiones de gases que causan el efecto invernadero. Desde aquel
entonces han transcurrido ya 24 años y entre los flagrantes
incumplimientos por parte de todas las naciones participantes- o por lo
menos de casi todas- descuella la de en aquél momento la nación más
contaminante del planeta, EEUU, ya que su Congreso no ratificó lo que el
Presidente del país Bill Clinton había firmado en el citado cónclave y
por si fuera poca esa burla, el que fue también Presidente, el primero de
los Bush, rechazó el citado protocolo en el 2.001.
Ahora
con una nueva edición de esas Conferencias, la de Glasgow, clausurada
el pasado domingo y lanzada bajo el comercial lema "no podemos perder un
minuto más" otra vez se ha cerrado esa cumbre mundial con un nuevo
fiasco que supone un "déjà vu" ya que posponen a la reunión del próximo
año (en una suicida huida hacia adelante) decisiones tan
importantes como que hacer para reducir las emisiones producidas por el
uso de los combustibles fósiles y el carbón, como legislar la gestión de
los vertederos y de la reducción de las emisiones del metano a la
atmósfera producidas por el ganado rumiante.
De modo que
cuando el eslogan dice "no podemos perder un minuto más" parece que un
minuto, no, pero millones de ellos si que se pueden perder alegremente,
de lo que se deduce por si no estuviera el asunto ya perfectamente claro, es que a los que ostentan el poder económico y financiero en el
mundo, el futuro del planeta se las trae al pairo ya que no les interesa
nada que no sea el presente más rabioso, a la voz de "después de mi,
como si se produce una nueva edición del Diluvio Universal".
Conclusiones.
La optimista de que "las cosas tienen que ponerse muy mal (¿más
todavía?) para que puedan mejorar", obviando que de seguir en esa tesitura de inacciones podemos
llegar a una situación irreversible y la pesimista - realista que apunta
a que son tantos los intereses económicos que están en juego que nos
hemos instalado en una espiral de acontecimientos de la que no podemos
salir, por lo que el sistema ha entrado en un callejón sin salida que
llevará al mundo a su destrucción.
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