(Del diario, El Mundo)
En medio de la polémica sobre el continuo
encarecimiento del petróleo y el gas natural y el calentamiento global del
planeta, la opción nuclear vuelve con fuerza, sobre todo en China y EE UU. Sin
embargo, siguen sin resolverse los problemas que frenaron su desarrollo y que
provocaron su lenta agonía.
"Hay que consumir menos energía"
Cierto, si queremos mantener el modelo de crecimiento
actual. Tanto porque se agotan los recursos fósiles (petróleo, gas y carbón)
como para evitar un cambio climático, la comunidad internacional se enfrenta,
en este siglo, a una necesidad ineludible: sustituir progresivamente este tipo
de combustibles por otras fuentes energéticas. De ahí el creciente interés por
las energías renovables y, sobre todo, por la nuclear. La estabilidad del sistema económico mundial descansa
en un crecimiento sostenido que se prevé alcance una media anual del 3,2% en el
periodo 2002-2030. En las últimas décadas, la demanda energética se incrementó
proporcionalmente a la subida del Producto Interior Bruto (PIB) mundial: a
partir de 1971, por cada 1% de crecimiento del PIB, el empleo de energía
primaria aumentó en un 0,6%. Y, aunque se ha reducido la intensidad energética
de algunas economías, no se ha logrado reducir el gasto total. Para el periodo comprendido entre 2002 y 2030, la Agencia Internacional
de Energía (AIE) pronostica un incremento de casi el 60% en la demanda de
energía primaria y del 100% en el apetito eléctrico. Se prevé que el petróleo,
el gas natural y el carbón cubran el 85% del aumento de las necesidades, y que
el empleo de oro negro se amplíe un 1,6% anual para abastecer el 95% del
transporte global. Y este crescendo continuado supone una subida equivalente de
las emisiones de CO2, que, según la agencia, se situarán en 2030 un 62% por
encima de los niveles de 2002. Sin embargo, dos realidades físicas pueden convertir
este escenario en papel mojado. En primer lugar, el continuo encarecimiento del
petróleo, que evidencia una cada vez mayor dificultad para incrementar, año
tras año, la producción al ritmo que marca la demanda. Empieza a extenderse el
convencimiento de que en los próximos 10 o 15 años, si no antes, se alcanzará
el punto de máxima producción mundial, y la disponibilidad del hidrocarburo
disminurá en un 2% o un 3% anual. Por otro lado, la acumulación de dióxido de carbono en
la atmósfera amenaza con desestabilizar el sistema y con producir un cambio
global de temperaturas comparable al de la última glaciación, aunque de sentido
contrario, con tremendas consecuencias económicas y sociales. Para estabilizar
su presencia en niveles que no desencadenen cambios climáticos profundos,
habría que cubrir todo el crecimiento energético previsto con fuentes que no
emitan anhídrido carbónico, algo del todo imposible si se cubre este incremento
con combustibles fósiles. Éste es el principal argumento de los defensores de
la opción nuclear, ya que ésta no genera este tipo de contaminación en la fase
de generación de electricidad, aunque sí en el resto del ciclo nuclear:
construcción, combustible, residuos y desmantelamiento, un aspecto que se suele
olvidar.
"EE UU y China lideran el 'revival' nuclear"
Es verdad. Es de todos conocido que la Administración Bush
se ha negado a ratificar el Protocolo de Kioto y a promover medidas de ahorro
de energía por considerar que afectarían negativamente al crecimiento económico
y al modo de vida de sus ciudadanos. Estados Unidos sigue apoyándose en un uso
masivo de combustibles fósiles, apostando por que puedan algún día ser
sustituidos por el hidrógeno, la energía nuclear y los materiales sintéticos
obtenidos del carbón.
Así, el pasado enero, el entonces secretario
estadounidense de Energía, Spencer Abraham, invitó a los profesionales de la
industria nuclear a "defender con convicción la resurrección" de este
tipo energía, diciéndoles que "tenían que poner el énfasis" en que
sin un incremento de la energía atómica "será difícil satisfacer la
creciente demanda de electricidad y reducir al mismo tiempo la polución y los
gases de efecto invernadero". En junio, George Bush, desde una central
nuclear de Maryland, reafirmó su apoyo a este revival al subrayar que "en
el siglo XXI, nuestra nación necesitará electricidad más limpia, segura y
fiable. Ha llegado el momento de que este país vuelva a construir centrales
nucleares". Y para ello, propone modificaciones legislativas con
importantes deducciones fiscales y préstamos garantizados para el desarrollo
energético.
El mayor programa nuclear es el de China, que tiene
previsto construir 32 centrales en los próximos 15 años para mitigar la
contaminación que producen las centrales de carbón. Aun así, con este ambicioso
programa sólo producirán el 4% de su electricidad en 2020, muy por debajo de la
cobertura nuclear de los países industrializados. En Europa, Francia, con una
capacidad del 78%, está promocionando una nueva generación de reactores ERP
(European Reactor Program) para sustituir los más antiguos, y Finlandia ha
empezado la construcción de uno de ellos. En España, y aunque el programa
electoral del PSOE decía lo contrario, el Círculo de Empresarios aboga por
alargar la vida útil de las actuales centrales y sustituirlas por otras de
nueva generación cuando llegue el momento de cerrarlas. Según los autores del
Libro Blanco de la
Electricidad, la opción nuclear podría ser un "puente de
transición" al que recurrir.
"Es una fuente limpia y sostenible"
Un eslogan. Finalizada la Segunda Guerra
Mundial, y ante el horror de Hiroshima y Nagasaki, el presidente estadounidense
Dwight Einsenhower optó por desarrollar y popularizar los aspectos más
positivos de la energía nuclear para la sociedad civil. En su famoso discurso
de 1953 ante Naciones Unidas, Átomos para la paz, prometió que su país se
dedicaría "en cuerpo y alma a encontrar la fórmula por la cual la
milagrosa inventiva humana no se dirija a la muerte, sino que se consagre a la
vida", aplicando "la energía atómica a las necesidades de la
agricultura, la medicina y otras actividades pacíficas (…) proporcionando
abundante energía eléctrica a aquellas áreas del mundo hambrientas de
electricidad…". Así, la promoción de la alternativa nuclear se convirtió
en una actividad casi religiosa, por encima de consideraciones técnicas o
económicas. La fe ciega en las virtudes de esta energía fue la que llevó a
Lewis Strauss, entonces presidente de la Comisión de Energía Atómica de EE UU, a decir, en
1954, que no podía descartarse que la electricidad nuclear fuera "tan
barata que no mereciera la pena facturarla". Otros, como el divulgador
científico David Dietz, especularon sobre un futuro en el que "viajaremos
todo un año con una cápsula de energía nuclear del tamaño de una píldora de
vitaminas" en el depósito. Por ello, añadió, "se han terminado los
días en que las naciones luchaban por el petróleo". La realidad fue, por supuesto, muy distinta, y la
industria, pese a haber recibido todo tipo de cuantiosas subvenciones y ayudas
a lo largo de su vida, no pudo solventar satisfactoriamente los problemas de
seguridad, competitividad económica y residuos que han lastrado el desarrollo
de este tipo de energía. Por esta razón, el intento de reactivación en curso se
construye ahora sobre otros fundamentos, utilizando, paradójicamente,
argumentos del que fue su oponente más destacado: el movimiento ecologista.
Frente al cambio climático y la polución, aducen sus defensores, la
resurrección nuclear es la opción más limpia, y la única capaz de suministrar
las ingentes cantidades de energía que consume el proceso de crecimiento
económico mundial, sin contribuir al calentamiento global. Y frente a la
creciente escasez de recursos fósiles, promete abundantes alternativas, ya sea
en forma de uranio y torio en la actualidad, de plutonio en un futuro cercano o
mediante la fusión nuclear en un futuro más remoto. De ahí que la industria
nuclear haya decidido autocalificarse de "fuente de energía verde y
sostenible" con la ayuda de algunos veteranos ecologistas de renombre,
como James Lovelock o Patrick Moore.
"La energía nuclear es competitiva"
No está claro. Dos estudios recientes, uno del MIT
(Instituto Tecnológico de Massachusetts) y otro de la Universidad de
Chicago, concluyen que la energía eléctrica de origen nuclear, en las
condiciones actuales, no lo es. Sin embargo, creen posible que se consigan
ciertas mejoras que, de concurrir todas y en el grado preciso, acercarían los
costes a los de otras tecnologías, sobre todo si se penalizaran las emisiones
de CO2.
Los gastos de construcción deberían disminuir en un
25%, y los plazos de construcción de las centrales, acortarse a unos cuatro
años. Sería necesario que se redujeran los costes de operación y mantenimiento
en un 8%, y también los del capital invertido, hasta igualarlos con las demás
opciones. No será fácil que se cumpla este conjunto de condiciones. Entre otras
cosas, porque tanto los costes de construcción como los precios del combustible
nuclear son muy dependientes de la evolución de los precios del petróleo: la
construcción y la producción de uranio -cuyo precio se ha triplicado desde el
informe del MIT- son procesos muy intensivos en energía fósil.
La comparativa de precios resulta compleja por cuanto
todas las fuentes energéticas tienen unos costes medioambientales y de otro
tipo difíciles de cuantificar, y que, por lo general, se externalizan al sector
público. En el caso nuclear, hay que contar, por ejemplo, con el almacenamiento
de los residuos y los seguros de responsabilidad civil. En cuanto a los
desechos, si bien la legislación actual obliga a provisionar y entregar a una
empresa estatal unos 0,2 céntimos de euro por kilowatio-hora producido, no hay
forma de saber si ese dinero será o no suficiente; hoy por hoy, se desconoce
cómo realizar y cuánto costará la custodia de estos materiales durante su
larguísimo periodo de radiactividad (decenas o centenares de miles de años).
También se han establecido límites legales a la
responsabilidad civil que habría de afrontar una empresa eléctrica ante la
eventualidad de un accidente nuclear grave. Por ejemplo, en EE UU la Ley Price-Anderson
la limita a 9.300 millones de dólares por desastre (7.700 millones de euros), a
pesar de que el presidente de Ucrania haya declarado que sólo los gastos
médicos de la catástrofe de Chernóbil habían ascendido a más de 55.000 millones
de dólares... ¡que tuvo que cubrir el Estado! Y todos podemos comprobar que
cualquier póliza de seguro privado excluye de cobertura los riesgos de ese tipo
de incidentes. El estudio del MIT concluye que la energía nuclear sería
competitiva con respecto al carbón si se impusieran unos derechos de emisión
del orden de 150 dólares por tonelada de carbono emitido, pero aun en esta circunstancia
no lo sería con respecto al gas natural, excepto que éste alzanzara sus precios
máximos.
"Es difícil que haya otro Chernóbil" (Todavía
Fukushima no había sucedido)
Según y cómo. La energía nuclear asusta, por sus
efectos sobre la seguridad, el medio ambiente y la salud, especialmente después
de los accidentes de Three Mile Island (Middletown, Pennsylvania, en 1979) y
Chernóbil (Ucrania, 1986), pero también por los problemas relacionados con el
ciclo de combustible en Estados Unidos, Rusia, Japón y Reino Unido. A estos
factores se ha añadido el riesgo de ataques terroristas contra instalaciones o
durante el traslado de materiales radiactivos.
En un escenario de ampliación significativa del parque
mundial de reactores habría que mantener, por lo menos, el estándar de
seguridad actual: "menos de un accidente serio con emisiones radiactivas
cada 50 años en el ciclo nuclear completo", según el estudio del MIT.
Independientemente de si ese nivel de garantías es socialmente aceptable o no,
habría que dividir por 10 la tasa de fallos actual. Los expertos del instituto
consideran posible esta mejora con diseños modificados de los reactores
clásicos de agua ligera, y no aconsejan introducir nuevos modelos poco
experimentados, como, por ejemplo, los de reactores de alta temperatura,
refrigerados por gas. Descartan, por tanto, la utilización de reactores de
nueva generación en un horizonte de 25 años, por los riesgos asociados al
desconocimiento de su funcionamiento práctico y por la necesidad de
experimentarlos suficientemente.
También indican que no se ha resuelto el problema de
cómo proteger las centrales frente a posibles ataques terroristas (no
contemplados en la tasa de accidentes), pero no tienen en cuenta la
compatibilidad de estas medidas de aumento de seguridad con la necesaria reducción
de costes de construcción y operativos. Un reciente estudio de la Academia Estadounidense
de Ciencias alerta sobre la extrema vulnerabilidad de las piscinas en las que
se almacenan temporalmente los residuos irradiados ante la posibilidad de un
ataque terrorista (que podría tener consecuencias similares a las de
Chernóbil).
"Evitará el calentamiento global"
Falso. En 2002, la energía nuclear proporcionó el 20%
de la electricidad consumida en Estados Unidos, el 34% en España y el 17% en el
ámbito internacional. La AIE
prevé un incremento de sólo un 5% en la capacidad nuclear instalada entre los
años 2002 y 2030, lo cual, dado el incremento de consumo previsto, reduciría la
cuota mundial a un 9%. De cumplirse estas previsiones, la energía atómica
tendría una incidencia mínima en la reducción de emisiones contaminantes.
Puesto que la reactivación de este tipo de energía
sólo tiene sentido si se hace globalmente y con una dimensión significativa, el
estudio del Instituto de Tecnología de Massachusetts plantea un escenario en el
que en la primera mitad de siglo se construirían entre 1.000 y 1.500 reactores
de un gigavatio (1.000 millones de vatios) repartidos por todo el mundo, que se
añadirían a los 366 reactores equivalentes actualmente en servicio. Habría pues
que triplicar o cuadriplicar los aparatos para conseguir que en 2050 pudiera
pasarse del 17% actual a cubrir el 19% del consumo eléctrico mundial. Un
programa cuantitativamente ambicioso, que no consigue más que incrementar
ligeramente los niveles actuales de cobertura nuclear.
Según el referido estudio, las emisiones totales de
CO2 fueron, en 2002, de unos 6.500 millones de toneladas anuales. Y, de
cumplirse las previsiones, probablemente se duplique esta cantidad para 2050.
Los 1.000 gigavatios de energía nuclear propuestos ahorrarían anualmente entre
800 y 1.800 millones de toneladas, "dependiendo de que desplazaran
electricidad generada mediante gas natural o mediante carbón, y suponiendo que
no se secuestrara (almacenar, generalmente bajo tierra) el anhídrido carbónico
generado por estas centrales".
Por tanto, incluso un programa tan ambicioso como éste
no reduciría más allá del 10% las emanaciones de gases contaminantes totales
previstas para esa fecha. En el caso extremo de que se quisiera generar toda la
electricidad mundial con la alternativa nuclear, habría que construir dos
reactores por semana durante los próximos 50 años; algo difícil de imaginar y
que, en cualquier caso, no reduciría el incremento de emisiones más allá del
50%. No parece que la energía nuclear pueda ser decisiva para revertir el
cambio climático, sobre todo porque no incide sobre la fuente principal de
estas emisiones: el transporte.
"Los residuos siguen siendo el gran
obstáculo"
Y muy difícil de salvar. Los investigadores del MIT
consideran que la gestión de los residuos nucleares es uno de los problemas más
intratables a los que se enfrenta el sector, ya que ningún país ha implantado
con éxito un sistema para deshacerse de ellos. En la actualidad, no hay
"cementerios nucleares operativos para materiales de alta actividad y
todos los Estados han encontrado dificultades en sus intentos".
Aun cuando Estados Unidos lleva más de quince años
intentando poner en marcha el almacén geológico profundo de Yucca Mountain, en
el desierto de Nevada, sin conseguirlo (lo que ha supuesto gastos
multimillonarios), el estudio hace hincapié en la necesidad de "un amplio
y equilibrado programa estratégico de desechos para preparar el camino de una
posible expansión del programa nuclear". De hecho, para almacenar los
restos contaminados que produciría el programa que plantean se requeriría
"la construcción en distintas partes del mundo de un almacén como el de
Yucca Mountain cada tres o cuatro años". Un reciente escándalo, provocado
al descubrirse la falsificación de mediciones de filtraciones de agua en Yucca
Mountain, puede representar el fin de este proyecto, lo cual plantearía otro
gran interrogante acerca de las bases sobre las que podría desarrollarse el
programa estratégico de residuos propuesto en el informe.
En cuanto a la posibilidad de utilizar técnicas de
separación y transmutación (cuyo objetivo es transformar los isótopos
radiactivos en otros de vida más corta) de desechos, que redujeran su volumen y
acortaran su periodo radiactivo, los autores concluyen que "sólo basándose
en consideraciones relativas a la gestión de los residuos no puede justificarse
que los beneficios derivados de esos métodos sean superiores a sus costes
económicos y a los riesgos inherentes a la seguridad, la salud y el medio
ambiente" que acarrean estos procesos. Por ello se inclinan por
"sustituir el almacenamiento actual junto a los reactores por una
estrategia explícita de acumulación temporal centralizada para unas cuantas
décadas", a la espera de una solución definitiva que hoy no se vislumbra.
"Condena al planeta a la proliferación"
Sí, si no se toman las medidas adecuadas. En vista de
las consecuencias militares, políticas y de terrorismo que comportaría una difusión
masiva de la tecnología nuclear, los expertos entienden que no debería
extenderse la alternativa atómica sin que "el riesgo de proliferación
derivado de las operaciones comerciales se reduzca hasta niveles
aceptables". En este sentido, recomiendan restringir las instalaciones de
reprocesamiento y enriquecimiento a pocos países, y alimentar todos los
reactores con un "ciclo abierto de combustible", es decir, sin
recuperar el plutonio y el uranio del material irradiado.
Esta propuesta presenta dos problemas fundamentales.
En primer lugar, la aceptación del plan por parte de los Estados a los que se
pretenda negar la posibilidad de producir y gestionar su propio combustible (es
decir, la mayoría), y la disponibilidad de suficiente uranio natural para cubrir
los consumos previstos. Solucionar este inconveniente requeriría modificar el
Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) que, en su forma actual, permite a
cualquier país enriquecer y reprocesar uranio para aplicaciones comerciales. Y
es fácil adivinar, como vemos en el caso de Irán, que muchos países no estarán
de acuerdo en someterse, en la práctica, a las normas y dictados de unos pocos
países ricos y poderosos.
En cuanto a la disponibilidad de suficiente uranio
natural para evitar el reciclaje del plutonio, los autores calculan que
"una flota de 1.500 reactores de un gigavatio en funcionamiento durante 50
años consumiría unos 15 millones de toneladas de uranio". Sin embargo, las
reservas conocidas y recuperables a un coste inferior a los 80 dólares y a los
130 dólares (por kilogramo de uranio) son de unos 3 y 4 millones de toneladas,
respectivamente, según la última edición del Libro Rojo de la Agencia de la Energía Nuclear de
la OCDE y el
Organismo Internacional para la Energía Atómica (AEN/OIEA). Es decir, menos de la
mitad del que se entiende necesario.
Si bien es cierto que existe mucho más uranio en la
naturaleza, será con toda probabilidad mucho más caro de extraer y, lo que es
más importante, su obtención será mucho más intensiva en energía fósil, con la
consiguiente generación de CO2. Esto invalidaría uno de los principales
argumentos a favor de la energía nuclear. De hecho, hay estudios que indican
que al extraer uranio de minas con una mena inferior a 100 partes por millón se
emite más dióxido de carbono del que luego se ahorra al sustituir una
generación equivalente con gas natural. De recurrir al plutonio, sería
prácticamente imposible evitar una proliferación desaforada y, en este caso,
según los autores, no debería acometerse una expansión generalizada del parque
nuclear. A ello cabe añadir el fracaso rotundo del Superphénix, el breeder
(reactor reproductor rápido) francés concebido precisamente para solventar la
escasez de uranio natural fisible (con un coste superior a los 10.000 millones
de euros), que pone en cuestión incluso la viabilidad a medio plazo de
sustituir el uranio por plutonio, como proponen algunos partidarios de la
energía nuclear, obviando el problema de la proliferación.
Es una publicación de Editorial Rio Negro SA. Todos
los derechos reservados Copyright 2008 Certifica Certifica IABMiembro de
IAB"Hay que consumir menos energía"
Cierto, si queremos mantener el modelo de crecimiento actual. Tanto porque se agotan los recursos fósiles (petróleo, gas y carbón) como para evitar un cambio climático, la comunidad internacional se enfrenta, en este siglo, a una necesidad ineludible: sustituir progresivamente este tipo de combustibles por otras fuentes energéticas. De ahí el creciente interés por las energías renovables y, sobre todo, por la nuclear.
Cierto, si queremos mantener el modelo de crecimiento actual. Tanto porque se agotan los recursos fósiles (petróleo, gas y carbón) como para evitar un cambio climático, la comunidad internacional se enfrenta, en este siglo, a una necesidad ineludible: sustituir progresivamente este tipo de combustibles por otras fuentes energéticas. De ahí el creciente interés por las energías renovables y, sobre todo, por la nuclear.
La estabilidad del sistema económico mundial descansa
en un crecimiento sostenido que se prevé alcance una media anual del 3,2% en el
periodo 2002-2030. En las últimas décadas, la demanda energética se incrementó
proporcionalmente a la subida del Producto Interior Bruto (PIB) mundial: a
partir de 1971, por cada 1% de crecimiento del PIB, el empleo de energía
primaria aumentó en un 0,6%. Y, aunque se ha reducido la intensidad energética
de algunas economías, no se ha logrado reducir el gasto total.
Para el periodo comprendido entre 2002 y 2030, la Agencia Internacional
de Energía (AIE) pronostica un incremento de casi el 60% en la demanda de
energía primaria y del 100% en el apetito eléctrico. Se prevé que el petróleo,
el gas natural y el carbón cubran el 85% del aumento de las necesidades, y que
el empleo de oro negro se amplíe un 1,6% anual para abastecer el 95% del
transporte global. Y este crescendo continuado supone una subida equivalente de
las emisiones de CO2, que, según la agencia, se situarán en 2030 un 62% por
encima de los niveles de 2002. Sin embargo, dos realidades físicas pueden
convertir este escenario en papel mojado. En primer lugar, el continuo
encarecimiento del petróleo, que evidencia una cada vez mayor dificultad para
incrementar, año tras año, la producción al ritmo que marca la demanda. Empieza
a extenderse el convencimiento de que en los próximos 10 o 15 años, si no
antes, se alcanzará el punto de máxima producción mundial, y la disponibilidad
del hidrocarburo disminurá en un 2% o un 3% anual.
Por otro lado, la acumulación de dióxido de carbono en
la atmósfera amenaza con desestabilizar el sistema y con producir un cambio
global de temperaturas comparable al de la última glaciación, aunque de sentido
contrario, con tremendas consecuencias económicas y sociales. Para estabilizar
su presencia en niveles que no desencadenen cambios climáticos profundos,
habría que cubrir todo el crecimiento energético previsto con fuentes que no
emitan anhídrido carbónico, algo del todo imposible si se cubre este incremento
con combustibles fósiles. Éste es el principal argumento de los defensores de
la opción nuclear, ya que ésta no genera este tipo de contaminación en la fase
de generación de electricidad, aunque sí en el resto del ciclo nuclear:
construcción, combustible, residuos y desmantelamiento, un aspecto que se suele
olvidar.
"EE UU y China lideran el 'revival' nuclear"
Es verdad. Es de todos conocido que la Administración Bush
se ha negado a ratificar el Protocolo de Kioto y a promover medidas de ahorro
de energía por considerar que afectarían negativamente al crecimiento económico
y al modo de vida de sus ciudadanos. Estados Unidos sigue apoyándose en un uso
masivo de combustibles fósiles, apostando por que puedan algún día ser
sustituidos por el hidrógeno, la energía nuclear y los materiales sintéticos
obtenidos del carbón.
Así, el pasado enero, el entonces secretario
estadounidense de Energía, Spencer Abraham, invitó a los profesionales de la
industria nuclear a "defender con convicción la resurrección" de este
tipo energía, diciéndoles que "tenían que poner el énfasis" en que
sin un incremento de la energía atómica "será difícil satisfacer la
creciente demanda de electricidad y reducir al mismo tiempo la polución y los
gases de efecto invernadero". En junio, George Bush, desde una central
nuclear de Maryland, reafirmó su apoyo a este revival al subrayar que "en
el siglo XXI, nuestra nación necesitará electricidad más limpia, segura y
fiable. Ha llegado el momento de que este país vuelva a construir centrales
nucleares". Y para ello, propone modificaciones legislativas con
importantes deducciones fiscales y préstamos garantizados para el desarrollo
energético.
El mayor programa nuclear es el de China, que tiene
previsto construir 32 centrales en los próximos 15 años para mitigar la
contaminación que producen las centrales de carbón. Aun así, con este ambicioso
programa sólo producirán el 4% de su electricidad en 2020, muy por debajo de la
cobertura nuclear de los países industrializados. En Europa, Francia, con una
capacidad del 78%, está promocionando una nueva generación de reactores ERP
(European Reactor Program) para sustituir los más antiguos, y Finlandia ha
empezado la construcción de uno de ellos. En España, y aunque el programa
electoral del PSOE decía lo contrario, el Círculo de Empresarios aboga por
alargar la vida útil de las actuales centrales y sustituirlas por otras de
nueva generación cuando llegue el momento de cerrarlas. Según los autores del
Libro Blanco de la
Electricidad, la opción nuclear podría ser un "puente de
transición" al que recurrir.
"Es una fuente limpia y sostenible"
Un eslogan. Finalizada la Segunda Guerra
Mundial, y ante el horror de Hiroshima y Nagasaki, el presidente estadounidense
Dwight Einsenhower optó por desarrollar y popularizar los aspectos más
positivos de la energía nuclear para la sociedad civil. En su famoso discurso
de 1953 ante Naciones Unidas, Átomos para la paz, prometió que su país se
dedicaría "en cuerpo y alma a encontrar la fórmula por la cual la
milagrosa inventiva humana no se dirija a la muerte, sino que se consagre a la
vida", aplicando "la energía atómica a las necesidades de la
agricultura, la medicina y otras actividades pacíficas (…) proporcionando
abundante energía eléctrica a aquellas áreas del mundo hambrientas de
electricidad…". Así, la promoción de la alternativa nuclear se convirtió
en una actividad casi religiosa, por encima de consideraciones técnicas o
económicas. La fe ciega en las virtudes de esta energía fue la que llevó a
Lewis Strauss, entonces presidente de la Comisión de Energía Atómica de EE UU, a decir, en
1954, que no podía descartarse que la electricidad nuclear fuera "tan
barata que no mereciera la pena facturarla". Otros, como el divulgador
científico David Dietz, especularon sobre un futuro en el que "viajaremos
todo un año con una cápsula de energía nuclear del tamaño de una píldora de
vitaminas" en el depósito. Por ello, añadió, "se han terminado los
días en que las naciones luchaban por el petróleo".
La realidad fue, por supuesto, muy distinta, y la
industria, pese a haber recibido todo tipo de cuantiosas subvenciones y ayudas
a lo largo de su vida, no pudo solventar satisfactoriamente los problemas de
seguridad, competitividad económica y residuos que han lastrado el desarrollo
de este tipo de energía. Por esta razón, el intento de reactivación en curso se
construye ahora sobre otros fundamentos, utilizando, paradójicamente,
argumentos del que fue su oponente más destacado: el movimiento ecologista.
Frente al cambio climático y la polución, aducen sus defensores, la
resurrección nuclear es la opción más limpia, y la única capaz de suministrar
las ingentes cantidades de energía que consume el proceso de crecimiento
económico mundial, sin contribuir al calentamiento global. Y frente a la
creciente escasez de recursos fósiles, promete abundantes alternativas, ya sea
en forma de uranio y torio en la actualidad, de plutonio en un futuro cercano o
mediante la fusión nuclear en un futuro más remoto. De ahí que la industria
nuclear haya decidido autocalificarse de "fuente de energía verde y
sostenible" con la ayuda de algunos veteranos ecologistas de renombre,
como James Lovelock o Patrick Moore.
"La energía nuclear es competitiva"
No está claro. Dos estudios recientes, uno del MIT
(Instituto Tecnológico de Massachusetts) y otro de la Universidad de
Chicago, concluyen que la energía eléctrica de origen nuclear, en las
condiciones actuales, no lo es. Sin embargo, creen posible que se consigan
ciertas mejoras que, de concurrir todas y en el grado preciso, acercarían los
costes a los de otras tecnologías, sobre todo si se penalizaran las emisiones
de CO2.
Los gastos de construcción deberían disminuir en un
25%, y los plazos de construcción de las centrales, acortarse a unos cuatro
años. Sería necesario que se redujeran los costes de operación y mantenimiento
en un 8%, y también los del capital invertido, hasta igualarlos con las demás
opciones. No será fácil que se cumpla este conjunto de condiciones. Entre otras
cosas, porque tanto los costes de construcción como los precios del combustible
nuclear son muy dependientes de la evolución de los precios del petróleo: la
construcción y la producción de uranio -cuyo precio se ha triplicado desde el
informe del MIT- son procesos muy intensivos en energía fósil.
La comparativa de precios resulta compleja por cuanto
todas las fuentes energéticas tienen unos costes medioambientales y de otro
tipo difíciles de cuantificar, y que, por lo general, se externalizan al sector
público. En el caso nuclear, hay que contar, por ejemplo, con el almacenamiento
de los residuos y los seguros de responsabilidad civil. En cuanto a los
desechos, si bien la legislación actual obliga a provisionar y entregar a una
empresa estatal unos 0,2 céntimos de euro por kilowatio-hora producido, no hay
forma de saber si ese dinero será o no suficiente; hoy por hoy, se desconoce cómo
realizar y cuánto costará la custodia de estos materiales durante su larguísimo
periodo de radiactividad (decenas o centenares de miles de años).
También se han establecido límites legales a la
responsabilidad civil que habría de afrontar una empresa eléctrica ante la
eventualidad de un accidente nuclear grave. Por ejemplo, en EE UU la Ley Price-Anderson
la limita a 9.300 millones de dólares por desastre (7.700 millones de euros), a
pesar de que el presidente de Ucrania haya declarado que sólo los gastos
médicos de la catástrofe de Chernóbil habían ascendido a más de 55.000 millones
de dólares... ¡que tuvo que cubrir el Estado! Y todos podemos comprobar que
cualquier póliza de seguro privado excluye de cobertura los riesgos de ese tipo
de incidentes. El estudio del MIT concluye que la energía nuclear sería
competitiva con respecto al carbón si se impusieran unos derechos de emisión
del orden de 150 dólares por tonelada de carbono emitido, pero aun en esta
circunstancia no lo sería con respecto al gas natural, excepto que éste
alzanzara sus precios máximos.
"Es difícil que haya otro Chernóbil"(Todavía no había ocurrido nada en Fukushima)
Según y cómo. La energía nuclear asusta, por sus
efectos sobre la seguridad, el medio ambiente y la salud, especialmente después
de los accidentes de Three Mile Island (Middletown, Pennsylvania, en 1979) y
Chernóbil (Ucrania, 1986), pero también por los problemas relacionados con el
ciclo de combustible en Estados Unidos, Rusia, Japón y Reino Unido. A estos
factores se ha añadido el riesgo de ataques terroristas contra instalaciones o
durante el traslado de materiales radiactivos.
En un escenario de ampliación significativa del parque
mundial de reactores habría que mantener, por lo menos, el estándar de
seguridad actual: "menos de un accidente serio con emisiones radiactivas
cada 50 años en el ciclo nuclear completo", según el estudio del MIT.
Independientemente de si ese nivel de garantías es socialmente aceptable o no,
habría que dividir por 10 la tasa de fallos actual. Los expertos del instituto
consideran posible esta mejora con diseños modificados de los reactores
clásicos de agua ligera, y no aconsejan introducir nuevos modelos poco
experimentados, como, por ejemplo, los de reactores de alta temperatura,
refrigerados por gas. Descartan, por tanto, la utilización de reactores de
nueva generación en un horizonte de 25 años, por los riesgos asociados al
desconocimiento de su funcionamiento práctico y por la necesidad de
experimentarlos suficientemente.
También indican que no sea resuelto el problema de
cómo proteger las centrales frente a posibles ataques terroristas (no
contemplados en la tasa de accidentes), pero no tienen en cuenta la
compatibilidad de estas medidas de aumento de seguridad con la necesaria
reducción de costes de construcción y operativos. Un reciente estudio de la Academia Estadounidense
de Ciencias alerta sobre la extrema vulnerabilidad de las piscinas en las que
se almacenan temporalmente los residuos irradiados ante la posibilidad de un
ataque terrorista (que podría tener consecuencias similares a las de
Chernóbil).
"Evitará el calentamiento global"
Falso. En 2002, la energía nuclear proporcionó el 20%
de la electricidad consumida en Estados Unidos, el 34% en España y el 17% en el
ámbito internacional. La AIE
prevé un incremento de sólo un 5% en la capacidad nuclear instalada entre los
años 2002 y 2030, lo cual, dado el incremento de consumo previsto, reduciría la
cuota mundial a un 9%. De cumplirse estas previsiones, la energía atómica
tendría una incidencia mínima en la reducción de emisiones contaminantes.
Puesto que la reactivación de este tipo de energía
sólo tiene sentido si se hace globalmente y con una dimensión significativa, el
estudio del Instituto de Tecnología de Massachusetts plantea un escenario en el
que en la primera mitad de siglo se construirían entre 1.000 y 1.500 reactores
de un gigavatio (1.000 millones de vatios) repartidos por todo el mundo, que se
añadirían a los 366 reactores equivalentes actualmente en
servicio. Habría pues
que triplicar o cuadriplicar los aparatos para conseguir que en 2050 pudiera
pasarse del 17% actual a cubrir el 19% del consumo eléctrico mundial. Un
programa cuantitativamente ambicioso, que no consigue más que incrementar
ligeramente los niveles actuales de cobertura nuclear.
Según el referido estudio, las emisiones totales de
CO2 fueron, en 2002, de unos 6.500 millones de toneladas anuales. Y, de
cumplirse las previsiones, probablemente se duplique esta cantidad para 2050.
Los 1.000 gigavatios de energía nuclear propuestos ahorrarían anualmente entre
800 y 1.800 millones de toneladas, "dependiendo de que desplazaran
electricidad generada mediante gas natural o mediante carbón, y suponiendo que
no se secuestrara (almacenar, generalmente bajo tierra) el anhídrido carbónico
generado por estas centrales".
Por tanto, incluso un programa tan ambicioso como éste
no reduciría más allá del 10% las emanaciones de gases contaminantes totales
previstas para esa fecha. En el caso extremo de que se quisiera generar toda la
electricidad mundial con la alternativa nuclear, habría que construir dos
reactores por semana durante los próximos 50 años; algo difícil de imaginar y
que, en cualquier caso, no reduciría el incremento de emisiones más allá del
50%. No parece que la energía nuclear pueda ser decisiva para revertir el
cambio climático, sobre todo porque no incide sobre la fuente principal de
estas emisiones: el transporte.
"Los residuos siguen siendo el gran
obstáculo"
Y muy difícil de salvar. Los investigadores del MIT
consideran que la gestión de los residuos nucleares es uno de los problemas más
intratables a los que se enfrenta el sector, ya que ningún país ha implantado
con éxito un sistema para deshacerse de ellos. En la actualidad, no hay
"cementerios nucleares operativos para materiales de alta actividad y
todos los Estados han encontrado dificultades en sus intentos".
Aun cuando Estados Unidos lleva más de quince años
intentando poner en marcha el almacén geológico profundo de Yucca Mountain, en
el desierto de Nevada, sin conseguirlo (lo que ha supuesto gastos
multimillonarios), el estudio hace hincapié en la necesidad de "un amplio
y equilibrado programa estratégico de desechos para preparar el camino de una
posible expansión del programa nuclear". De hecho, para almacenar los
restos contaminados que produciría el programa que plantean se requeriría
"la construcción en distintas partes del mundo de un almacén como el de
Yucca Mountain cada tres o cuatro años". Un reciente escándalo, provocado
al descubrirse la falsificación de mediciones de filtraciones de agua en Yucca
Mountain, puede representar el fin de este proyecto, lo cual plantearía otro
gran interrogante acerca de las bases sobre las que podría desarrollarse el
programa estratégico de residuos propuesto en el informe.
En cuanto a la posibilidad de utilizar técnicas de
separación y transmutación (cuyo objetivo es transformar los isótopos
radiactivos en otros de vida más corta) de desechos, que redujeran su volumen y
acortaran su periodo radiactivo, los autores concluyen que "sólo basándose
en consideraciones relativas a la gestión de los residuos no puede justificarse
que los beneficios derivados de esos métodos sean superiores a sus costes
económicos y a los riesgos inherentes a la seguridad, la salud y el medio
ambiente" que acarrean estos procesos. Por ello se inclinan por
"sustituir el almacenamiento actual junto a los reactores por una
estrategia explícita de acumulación temporal centralizada para unas cuantas
décadas", a la espera de una solución definitiva que hoy no se vislumbra.
"Condena al planeta a la proliferación"
Sí, si no se toman las medidas adecuadas. En vista de
las consecuencias militares, políticas y de terrorismo que comportaría una
difusión masiva de la tecnología nuclear, los expertos entienden que no debería
extenderse la alternativa atómica sin que "el riesgo de proliferación
derivado de las operaciones comerciales se reduzca hasta niveles
aceptables". En este sentido, recomiendan restringir las instalaciones de
reprocesamiento y enriquecimiento a pocos países, y alimentar todos los
reactores con un "ciclo abierto de combustible", es decir, sin
recuperar el plutonio y el uranio del material irradiado.
Esta propuesta presenta dos problemas fundamentales.
En primer lugar, la aceptación del plan por parte de los Estados a los que se
pretenda negar la posibilidad de producir y gestionar su propio combustible (es
decir, la mayoría), y la disponibilidad de suficiente uranio natural para
cubrir los consumos previstos. Solucionar este inconveniente requeriría modificar
el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) que, en su forma actual, permite a
cualquier país enriquecer y reprocesar uranio para aplicaciones comerciales. Y
es fácil adivinar, como vemos en el caso de Irán, que muchos países no estarán
de acuerdo en someterse, en la práctica, a las normas y dictados de unos pocos
países ricos y poderosos.
En cuanto a la disponibilidad de suficiente uranio
natural para evitar el reciclaje del plutonio, los autores calculan que
"una flota de 1.500 reactores de un gigavatio en funcionamiento durante 50
años consumiría unos 15 millones de toneladas de uranio". Sin embargo, las
reservas conocidas y recuperables a un coste inferior a los 80 dólares y a los
130 dólares (por kilogramo de uranio) son de unos 3 y 4 millones de toneladas,
respectivamente, según la última edición del Libro Rojo de la Agencia de la Energía Nuclear de
la OCDE y el
Organismo Interacional para la Energía Atómica (AEN/OIEA). Es decir, menos de la
mitad del que se entiende necesario.
Si bien es cierto que existe mucho más uranio en la
naturaleza, será con toda probabilidad mucho más caro de extraer y, lo que es
más importante, su obtención será mucho más intensiva en energía fósil, con la
consiguiente generación de CO2. Esto invalidaría uno de los principales
argumentos a favor de la energía nuclear. De hecho, hay estudios que indican
que al extraer uranio de minas con una mena inferior a 100 partes por millón se
emite más dióxido de carbono del que luego se ahorra al sustituir una
generación equivalente con gas natural. De recurrir al plutonio, sería
prácticamente imposible evitar una proliferación desaforada y, en este caso,
según los autores, no debería acometerse una expansión generalizada del parque
nuclear. A ello cabe añadir el fracaso rotundo del Superphénix, el breeder
(reactor reproductor rápido) francés concebido precisamente para solventar la
escasez de uranio natural fisible (con un coste superior a los 10.000 millones
de euros), que pone en cuestión incluso la viabilidad a medio plazo de sustituir
el uranio por plutonio, como proponen algunos partidarios de la energía
nuclear, obviando el problema de la proliferación.
"El futuro está en la fusión nuclear y el
hidrógeno"
¡Ojalá. Enfrentados a la realidad de las dificultades
que presenta la opción nuclear con la tecnología actual, algunos partidarios de
esta alternativa la defienden sólo como una más entre las muchas que requerirá
la solución del dilema energético-climático, y argumentan que es necesario
mantenerla como método de transición hacia un futuro en el que la combinación
fusión-hidrógeno resolverá definitivamente nuestros problemas energéticos. El
hidrógeno se postula como sustituto del petróleo, sobre todo para el
transporte, pero el hidrógeno no es una fuente de energía, y fabricarlo precisa
de otros manantiales energéticos, en este caso de la fisión o de la fusión
nuclear. Si generar toda la electricidad mediante energía nuclear de fisión
supone un programa irrealizable de construcción de reactores, no digamos si,
además, quisiéramos producir el hidrógeno necesario para ir sustituyendo el
petróleo. Sólo queda, por tanto, la fusión. Pero el ITER (un programa
internacional que pretende construir un reactor de fusión nuclear) no es más
que un proyecto experimental de demostración técnica y científica que, aunque
tenga el éxito deseado, no prevé la posibilidad de aparatos comerciales antes
de 2050 y, como hemos visto, éste es un plazo demasiado lejano para plantearlo
como solución al dilema al que el mundo se enfrenta en las próximas décadas.
Seguir por una senda que conduce al precipicio, mientras esperamos un milagro
que nos salve de la caída, no parece la opción más racional.
(Es una publicación de Editorial Rio Negro SA. Todos los derechos reservados Copyright 2008 Certifica Certifica IAB)
*
S
Es una publicación de Editorial Rio Negro SA. Todos los derechos reservados Copyright 2008 Certifica Certifica IABMiembro de IAB
No hay comentarios:
Publicar un comentario